Esta la he aprendido por experiencia directa. He publicado varios libros que han vendido bastante bien. Es difícil, como escritor, saber si de forma objetiva escribo bien o mal. Al principio asumía que escribía mal. «Es imposible que yo, un ingeniero veinteañero sepa escribir» me decía a mi mismo.
Pero luego resultó que mi primero libro vendió bien y a mucha gente le gustó. Llegué a la conclusión de que al menos era legible y entendible lo que explicaba.
Cuando recibía elogios sentía que era bueno en lo que hacía: analizar, observar y explicar la sociedad japonesa. En cambio, cuando recibía críticas sentía que era malo escribiendo sobre Japón.
Luego aprendí a controlar mejor mis reacciones ante las opiniones de los demás y llegué a la conclusión de que ni soy tan bueno como dicen los demás (los que me quieren o me idealizan) y tampoco soy tan malo como dicen (los que me critican).
Cuando nos importan demasiado las opiniones de los demás es difícil tener una visión clara y objetiva de lo que somos. Es importante escuchar lo que nos digan para no perder contacto con la realidad pero también nos tenemos que escuchar a nosotros mismos.
Nuestros egos suelen saltar de un lado al otro de la línea de división del Síndrome del Impostor (Incapaz de reconocer tus propios logros) y el efecto Dunning-Kruger (Sentimiento ilusorio de superioridad). Cuando notes que estás cayendo en uno de los dos bandos corrige, poco a poco serás más bueno reconociendo tu verdadero potencial.

Parece fácil, pero muchas veces nuestro entorno, lo que nuestra familia espera de nosotros, lo que nuestro grupo de amigos más cercano cree que somos condiciona nuestra toma de decisiones.
Todos nos hemos encontrado en situaciones en las que nos sentimos a gusto. Cuando reflexionamos sobre lo que sucedió para llevarnos a situaciones amargas muchas veces nos damos cuenta de que simplemente lo que hicimos fue todo consecuencia de intentar satisfacer expectativas de otros.
Es más, a veces te das cuenta que haces algo porque es lo que tú supones que va a satisfacer a otros. Esto es algo que aprendemos de niños para satisfacer a nuestros padres y esta tendencia se extiende al resto de nuestras vidas adaptándonos al entorno satisfaciendo a nuestros jefes haciendo cosas que van en contra de nuestra brújula moral interna.
O haces algo porque es lo que tú crees que los demás verán en ti y te admirarán por ello, o te querrán más por ello. Pero luego te das cuenta de que a esos otros resulta que les importa un pepino lo que tu hagas.
¿Somos los seres humanos lo que pensamos que otras personas piensan que somos y actuamos en consecuencia a ello?
No hay nada que me halague más que cuando un amigo me dice: «Tú no eres así». Significa que estoy cambiando o simplemente que no me estoy adaptando a los modelos mentales que ellos tienen de mí. Eso es bueno, es sano que haya una discrepancia en lo que somos y lo que los demás piensan que somos.
No actúes para satisfacer a otros, actúa porque hay pasión dentro de ti.
Para evitar caer en este tipo de falacias mentales suelo seguir la máxima de Richard Feynman: «¿Y a ti que te importa lo que otros piensen?» «What do you care what other people think?»
PD: esto no es excusa para convertirse en un gilipollas actuando como un imbécil haciendo daño a los demás.